Medio pan y un libro, de Federico
García Lorca
Discurso
pronunciado por Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su
pueblo natal, Fuente Vaqueros (Granada), en septiembre del año 1931.
Queridos
paisanos y amigos:
Antes
que nada yo debo deciros que no hablo sino que leo. […]
Siempre
todas mis conferencias son leídas, lo cual indica mucho más trabajo que hablar,
pero al fin y al cabo, la expresión es mucho más duradera porque queda escrita
y mucho más firme puesto que puede servir de enseñanza a las gentes que no oyen
o no están presentes aquí.
Tengo
un deber de gratitud con este hermoso pueblo donde nací y donde transcurrió mi
dichosa niñez por el inmerecido homenaje de que he sido objeto al dar mi nombre
a la antigua calle de la iglesia. […]
Muchas
veces he observado, que al entrar en este pueblo hay como un clamor, un
estremecimiento que mana de la parte más íntima de él. Un clamor, un ritmo, que
es afán social y comprensión humana. Yo he recorrido cientos y cientos de
pueblecitos como éste, y he podido estudiar en ellos una melancolía que nace no
solamente de la pobreza, sino también de la desesperanza y de la incultura. Los
pueblos que viven solamente apegados a la tierra tienen únicamente un
sentimiento terrible de la muerte sin que haya nada que eleve hacia días claros
de risa y auténtica paz social.
Fuente
Vaqueros tiene ganado eso. Aquí hay un anhelo de alegría o sea de progreso o
sea de vida. Y por lo tanto afán artístico, amor a la belleza y a la cultura.
Cuando alguien va al teatro, a un
concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su
agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se
encuentren allí. “Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre”, piensa, y
no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la
melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin,
sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no
gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y
es pasión.
Por
eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y
por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo,
la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre
y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan
y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de
reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales
que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que
todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque
lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es
convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo
tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un
hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un
pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no
tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos
libros los que necesita, ¿y dónde están esos libros?
¡Libros!, ¡libros! He aquí una palabra mágica que
equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o
como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso,
FiódorDostoyevski, padre de la Revolución rusa mucho más que Lenin, estaba
prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por
desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana
familia, sólo decía: “¡Enviadme
libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y
no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir
horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del
corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre,
sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda
la vida.
Ya
ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa,
que el lema de la República debe ser: “Cultura”. Cultura, porque sólo a través
de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno
de fe, pero falto de luz.
Y
no olvidéis que lo primero de todo es la luz. Que es la luz obrando sobre unos
cuantos individuos lo que hace los pueblos, y que los pueblos vivan y se
engrandezcan a cambio de las ideas que nacen en unas cuantas cabezas
privilegiadas, llenas de un amor superior hacia los demás.
Por
eso ¡no sabéis qué alegría tan grande me produce el poder inaugurar la
biblioteca pública de Fuente Vaqueros! Una biblioteca que es una reunión de
libros agrupados y seleccionados, que es una voz contra la ignorancia; una luz
perenne contra la oscuridad.
Nadie se da cuenta al tener un libro en
las manos, el esfuerzo, el dolor, la vigilia, la sangre que ha costado. El
libro es sin disputa la obra mayor de la humanidad. Muchas veces, un pueblo
está dormido como el agua de un estanque en día sin viento. Ni el más leve
temblor turba la ternura blanda del agua. Las ranas duermen en el fondo y los
pájaros están inmóviles en las ramas que lo circundan. Pero arrojad de pronto
una piedra. Veréis una explosión de círculos concéntricos, de ondas redondas
que se dilatan atropellándose unas a las otras y se estrellan contra los
bordes. Veréis un estremecimiento total del agua, un bullir de ranas en todas
direcciones, una inquietud por todas las orillas y hasta los pájaros que
dormían en las ramas umbrosas saltan disparados en bandadas por todo el aire
azul. Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin
viento, y un libro o unos libros pueden estremecerle e inquietarle y enseñarle
nuevos horizontes de superación y concordia. […]
Y ¡lectores!, ¡muchos lectores! Yo sé
que todos no tienen igual inteligencia, como no tienen la misma cara; que hay
inteligencias magníficas y que hay inteligencias pobrísimas, como hay caras
feas y caras bellas, pero cada uno sacará del libro lo que pueda, que siempre le
será provechoso, y para algunos será absolutamente salvador. Esta biblioteca
tiene que cumplir un fin social, porque si se cuida y se alienta el número de
lectores, y poco a poco se va enriqueciendo con obras, dentro de unos años ya
se notará en el pueblo, y esto no lo dudéis, un mayor nivel de cultura. Y si
esta generación que hoy me oye no aprovecha por falta de preparación todo lo
que puedan dar los libros, ya lo aprovecharán vuestros hijos. Porque es necesario que sepáis todos que los
hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste
es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero
sentido de la vida.
Los
padres luchan por sus hijos y por sus nietos, y egoísmo quiere decir
esterilidad. Y ahora que la humanidad tiende a que desaparezcan las clases
sociales, tal como estaban instituidas, precisa un espíritu de sacrificio y
abnegación en todos los sectores, para intensificar la cultura, única salvación
de los pueblos.
Estoy
seguro que Fuente Vaqueros, que siempre ha sido un pueblo de imaginación viva y
de alma clara y risueña como el agua que fluye de su fuente, sacará mucho jugo
de esta biblioteca y servirá para llevar a la conciencia de todos nuevos
anhelos y alegrías por saber. Os he explicado a grandes trazos el trabajo que
ha costado al hombre llegar a hacer libros para ponerlos en todas las manos.
Que esta modesta y pequeña lección sirva para que los
améis y los busquéis como amigos. Porque los hombres se mueren y ellos quedan
más vivos cada día, porque los árboles se marchitan y ellos están eternamente
verdes y porque en todo momento y en toda hora se abren para responder a una
pregunta o prodigar un consuelo.
Y
sabed, desde luego, que los avances sociales y las revoluciones se hacen con
libros […]
Y
que es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo el verdadero
sentido de la libertad, sino el sentido actual de la comprensión mutua y de la
vida. […]
Que
esta biblioteca sirva de paz, inquietud espiritual y alegría en este precioso pueblo
donde tengo la honra de haber nacido, y no olvidéis este precioso refrán que
escribió un crítico francés del siglo XIX: “Dime qué lees y te diré quién
eres”.
Septiembre de 1931
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